viernes, 9 de febrero de 2007

El "Laurel Mágico" 4: Íberos


Millán y Henar habían contado a sus primos, Alejandra y Pablete, que el abuelo Pablo tenía en el Linar de Navafría un “Laurel Mágico”.

Les habían dicho que un día habían tenido una aventura muy emocionante cazando diplodocos con los hombres primitivos, y que posteriormente habían visitado un castro celta en “la Costa da Morte” y habían ayudado a una tribu a deshacerse de la tiranía de la “Reina Loba”.

Ni Pablete, ni Alejandra les creían y cuando Millán daba un detalle de alguna de las aventuras que había tenido, Pablete decía:

-¡Eso no te lo crees ni tú! ¡Mira que decir que las hojas se hacen tan grandes como tú... !

-¡Y que te llevan a otra época! –agregó Alejandra- ¡Ni que tuviera una máquina del tiempo! Pero si de eso solo hay en las “pelis” de ciencia-ficción.

Pues es verdad! –protestó Henar al ver que sus primos no les creían- ¡Nosotros no somos ningunos mentirosos! Y, para demostrarlo, os invitamos a hacer la prueba.

-¡Eso! –dijo Millán- esta tarde cuando vayamos a Navafría, pasamos por casa del abuelo Pablo y nos subimos al “Laurel” A ver qué pasa.

-Pues, que va a pasar: ¡NADA! –recalcó Alejandra- que se romperá alguna rama y tu abuelo nos echará una bronca. Así que yo no me voy a subir...

-Porque eres una miedica y no te atreves... –dijo Millán.

-¿A que yo si que me atrevo? –replicó Pablete.

-Bueno, pues esta tarde veremos si te atreves o quién se atreve.

...

Serían las cuatro y media de la tarde, cuando llegó la pandilla al linar del abuelo Pablo y después de saludarle se pusieron a jugar a la sombra del laurel.

Alejandra y Pablete miraban de vez en cuando entre las ramas y cuchicheaban entre ellos...

De pronto, Millán se subió al árbol y trepó hasta una rama más alta. Henar le siguió y pronto empezaron a mirar las letras que había escritas en las hojas. Vieron la C, la I y otra que tenía juntas la C y la I: CI. -En esta no -dijo Henar- que es la de los celtas y ya estuvimos ayer.

Pablete les había seguido en la trepa y Alejandra miraba desde abajo.

-¡No me vaciléis, que, es que no me lo voy a creer! –estaba diciendo Pablete, cuando vio que crecía y crecía, hasta hacerse tan grande como Millán, una hoja en la que se veía claramente una I.

-¿Lo has visto Alejandra? ¡Es increíble! –decía Pablete, mientras Alejandra abría unos tremendos ojos de asombro.

-¿Qué... te lo crees ahora? ¡Lista! –le decía Henar a Alejandra, mientras Millán desaparecía envuelto en la hoja del laurel.

-¡Ay va, que vacile! –decía Pablete mientras trepaba hasta la altura de la hoja por donde había desaparecido Millán y se dejaba envolver por ella desapareciendo de la vista de Henar y de Alejandra.

-¡Vamos, gallina, atrévete de una vez y sube! Porque tú mucho decir que no contemos trolas, pero cuando estás viendo que es verdad, ya no te atreves –dijo Henar.

Movida por la curiosidad, pero con mucho miedo, subió Alejandra al árbol y miraba entre las hojas para ver si había truco cuando se vio envuelta en una gran hoja de laurel que la hizo viajar a través del tiempo hasta la época de los íberos.

Llegada allí vio como a continuación llegaba Henar envuelta en la misma hoja. Miró a su alrededor. Caídos, patas arriba, vio a su lado a sus primos Millán y Pablete.

Estaban debajo de un enorme laurel que era el único árbol que se veía por aquellos lugares.

A su alrededor no se veían ni casas, ni pueblos, ni nada que se le pareciese, eso que estaban en un cerro, solo a corta distancia se dejaba ver otro cerro que parecía desierto.

Pablete, que no daba crédito a lo que les había sucedido, miraba por sus alrededores.

-Aquí vamos a pasar más calor que en la piscina de Navafría, y... ¡no hay ni una sombra! -dijo con cierto "canguelo".

Henar, más observadora, vio en el suelo una cosa redonda, medio tapada por la tierra rojiza. Se acercó a cogerla y vio que era como una medalla o moneda. Por un lado, tenía la cara de un hombre barbudo, y, por el otro, había un hombre a caballo que llevaba en su mano una rama que parecía de laurel, debajo del cual había algo escrito en letras que ella no conocía.

-¡Eh... mirad lo que he encontrado! Parece una moneda, -dijo Henar, enseñándosela a los demás.

-¿Dónde la has encontrado, Henar? –preguntó Alejandra, codiciosa.

-Ahí, -dijo Henar señalando un montoncillo de tierra removida.

-¿A ver si hay más? –dijo Alejandra poniéndose a escarbar- ¡Anda, mira otra! –dijo, recogiendo una nueva moneda.

Pronto estaban todos removiendo la tierra y buscando más monedas.

De repente sonó como una trompeta y vieron un grupo de gentes armadas con lanzas y flechas que avanzaba a velocidad hacia ellos.

Pablete, al verlo, sintió que se le ponía la carne de gallina.

-¡Mejor nos vamos de aquí! –dijo, arrimándose al laurel.

-Yo me “piro” –dijo Alejandra.

-¡No seáis gallinas! –les gritaron Millán y Henar- ¡No va a pasar nada!

...

Pronto se vieron rodeados por aquellas gentes que no paraban de apuntarles con las puntas de sus lanzas.

A todos les “rilaban” las piernas mientras eran conducidos a un poblado muy escondido entre rocas y situado en lo alto del cerro cercano, que habían visto cuando llegaron y les había parecido desierto.

Fueron metidos en el interior de una casa de piedra, techada con ramas y restos vegetales.

Allí permanecieron un buen rato sentados en el suelo y vigilados por dos lanceros hasta que apareció un señor bajito y fuerte, con el pelo negro enfoscado, que les recordaba la imagen que habían visto en la moneda. Venía acompañado de un grupo de hombres y mujeres que llenaron la estancia donde se encontraban.

Empezó a hablarles en un idioma muy raro, pero a medida que hablaba, parecía que comprendían lo que les decía:

-¿De dónde habéis salido vosotros tan de repente? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí y de dónde venís?

Empezó Millán a contarles la historia del laurel y cómo les envolvían sus hojas y les trasladaban de época y lugar, cómo era el lugar de dónde venían y lo que hacían las gentes de su época. Todos estaban admirados y preguntaban qué eran los coches y los aviones... y la tele...

Pablete se animó y junto con Alejandra se pusieron a bailar sevillanas, que cantaba Henar con mucho salero y empezaron a acompañar dando palmas aquellas buenas gentes.

-Y vosotros ¿quienes sois? -preguntó Millán con curiosidad.

Aquel pequeño barbudo, que parecía el jefe, les explicó que pertenecían al pueblo íbero, que procedía de Grecia.

Que habían venido a estas tierras, donde se asentaron, a través de África, pero que no eran africanos, que sus antepasados se llamaban "aqueos" que protagonizaron la "guerra de Troya".

Les contaron que los "dorios" habían invadido sus tierras y habían emigrado hacía occidente por el mar.

Que tenían alfabeto y podían, muchos de ellos, leer y escribir, cosa que hacían en planchas de plomo.

Que hacían sus poblados en lo alto de las colinas, donde era difícil llegar y podían defenderse mejor.

Que se habían extendido por el sur de Portugal, Andalucía y toda la costa mediterránea.

Les contó que habían aprendido el alfabeto de los "tartesios" y que los "vascos" habían agregado la "y" y la "z" que tenían los griegos en su alfabeto.

Que tenían artistas que sabían hacer preciosas esculturas, y que eran muy religiosos.

-¿Ésto que es? -preguntó Henar enseñándoles la moneda que había encontrado.

-A ver -dijo el jefe.-Es una moneda de las que usamos para comerciar. Muchos de nuestros pueblos las fabrican en sus "cecas". Te la puedes quedar como recuerdo.

Se contaron muchas más cosas, porque todos tenían una gran curiosidad, pero Pablete veía que se iba a hacer de noche y pidió a Millán que volviesen al laurel para regresar a Navafría. Aquellos hombres no tuvieron inconveniente y les acompañaron hasta el árbol para ver la magia de sus hojas.