jueves, 25 de octubre de 2007

El Laurel Mágico 6: GRIEGOS

Habíamos empezado las vacaciones en el verano del 2007 de una manera un tanto rara.
Millán y Henar habían estado en Plasencia con los otros abuelos y el abuelo Pablo, que estaba solo durante todo el día, no podía darse sus hermosos paseos porque el dermatólogo estaba quitándole los angiomas que tenía en el talón derecho desde hacía tres años y no se le quitaban con el tratamiento.
Por eso, cuando llegó Carmela con Lucía y con Claudia, empezó a ir por las tardes a buscarlas para darse un pequeño paseo hasta "el Pontón". Claro que Lucía no venía nunca porque estaba muy ocupada en la "peña" con sus amigos.
El siguiente fin de semana, vinieron Irene y Jorge y se trajeron a "Zar", el perro de Irene, un cruce de pastor alemán con buldog que era grandón, de pelo atigrado y orejas tiesas.
Imponía respeto aquel cachorro de ocho meses... por eso había que llevarle atado la mayor parte del paseo, pero en cuanto se le soltaba corría a ladrar a las vacas que encontraba por el camino hostigándolas de tal manera que las hacía huir. Carmela se ponía muy nerviosa porque "Zar" no obedecía cuando se le llamaba.
El tío Santi salía a pasear a "Zar" a primera hora de la mañana y algunas tardes nos acompañaba en el paseo.
Una tarde se presentó Claudia en el Linar a buscarme para ir de paseo y yo estaba escribiendo una de mis historias.
Como me preguntó qué hacía, la expliqué que estaba escribiendo una historia cuyos protagonistas eran Millán y Henar.
- ¿Te gustaría a ti ser protagonista de alguna de mis historias? - dije, esperando una negación de la adolescente.
-¡Estoy deseándolo! - dijo, sin demorar la respuesta.
- Bien. Pues te haré la protagonista de la próxima historia del Laurel Mágico....
- Y, ¿qué es eso del Laurel Mágico? - preguntó intrigada.
- Cuando acabe la historia y puedas leerla, ya lo verás -dije apagando el ordenador. - Y, ahora, vámonos de paseo...

En la tarde del viernes siguiente aparecieron Alejandra y Pablete que ya venían de vacaciones.
Acababan de llegar Millán y Henar.
Millán venía dispuesto a que el abuelo se disfrazase de "Barbosa" y estuvo convenciéndole un rato.
- Es que nos tenemos que disfrazar de Piratas del Caribe para el desfile de disfraces de las fiestas - decía Millán-
-... Pero... ¿quienes tenemos? ¿Quienes? - preguntaba el abuelo.
- Pues toda la familia - añadió Henar que estaba esperando el visto bueno del abuelo.
- Mamá, Mª Milagros, el tío Santi, Daniel, Manolín, Carlos, Alejandra, Pablete y nosotros - explicó Millán.
- Y va a venir Mar a maquillarnos!! - exclamó Henar...

Pablete tenía que estudiar y practicar con el piano, por eso Carlos había traído el teclado del abuelo.
-¿Qué hora es? - preguntaba Pablete antes de ponerse a practicar, pues su padre le había dicho que tenía que estar una hora diaria, exceptuando los sábados y domingos.
A la media hora salía Pablete y volvía a preguntar:
-¿Qué hora es?
- Todavía te queda media hora - le decía el abuelo-
- ¡Jo, que rollo! - decía Pablete y volvía al piano no sin haber echado antes un vistazo para ver a que jugaban sus primos.

Allí estaban Claudia, Henar, Alejandra y Millán hablando de las aventuras que habían vivido por la magia del laurel.
Claudia miraba y remiraba y no parecía convencida.
- Pues yo no veo letras en las hojas, ni hay por aquí hojas gigantes ni dada extraordinario - decía.
- Es que, para eso te tienes que subir a una rama - explicaba Alejandra
- Mira, yo me voy a subir y tu me sigues - dijo Millán, que estaba familiarizado con el laurel.

Fue cuestión de un instante.
- Mira la "G" - dijo Millán mientras era envuelto por una enorme hoja que parecía haber salido de la nada,
- Esto parece una "C"- estaba diciendo Claudia cuando, sin saber por qué ni por qué no, apareció en una playa desde la que se divisaba una fortaleza - ¡Ahí va! ¡Qué miedo! ¿Dónde estoy?
Miró a su alrededor y vio, no muy lejos de ella a Millán que corría para ver si podía alcanzar a una persona vestida con una túnica roja que parecía alejarse de la playa.
- ¡Millán! - gritaba Claudia - ¡Millán no te vayas!
A los gritos de Claudia se volvió la persona de la túnica roja y vino hacia ellos.
- ¿De dónde sois vosotros? y ¿de qué vais disfrazados con esas ropas tan raras?
- Es una larga historia - dijo Millán, ahora la contaremos -... pero ¿dónde estamos?
- Mirad allí arriba, ¿veis aquel castillo? ... pues es el castillo de Arse-Saguntum, desde donde se vigila la costa y se defiende a nuestro pueblo de las invasiones extranjeras, vamos hacia allá y me contáis vuestra historia...
...
Esta ciudad íbero-edetana era conocida como ArseSaguntum.
La historia de Sagunto como ciudad portuaria es muy extensa. Ya en el siglo III a.c. Sagunto (ciudad de origen griego y aliada de Roma) constituía un punto estratégico en el comercio por el Mediterráneo.

En aquella época, los comerciantes de Sagunto vivían instalados en las proximidades del puerto (fuera de la ciudad amurallada) con el fin de hacer prósperos sus comercios a costa de los marineros que llegaban a Sagunto. Este puerto antiguo es el barrio conocido como "Grau Vell", pero con el tiempo daría lugar a la cuidad hispano-romana.
...

Claudia y Millán parecían confiar en Psenophis, que así dijo llamarse la persona de la túnica roja y la acompañaron hasta la ciudad. Fuera de ella estaba el "Grau Vell" un barrio junto al puerto donde vivían los comerciantes.
Psenophis, que vivía en el puerto, como buena comerciante se fijo en el vestido que llevaba Claudia y pensó en hacer un buen negocio implantando esa moda, por lo que dijo:
- Claudia, ¿te gusta mi túnica?
- Es muy bonita - contestó Claudia, observando bien la forma en que la llevaba colocada.
- ¡Es que es una túnica griega de la mejor calidad! -añadió Psenophis - A ti te sentaría muy bien. Si venís a mi casa te dejo que te la pruebes.

Millán entre tanto pensaba:
- ¡Que rollo! Ya se han puesto a hablar de trapitos - pero caminaba junto a su prima hacia la casa de Psenophis.

Esta les dijo que toda su familia era griega, así como todos los comerciantes que vivían en el Grau Vell,

-Nosotros lo que queremos es ir a la ciudad - dijo Millán.
-Luego os acompaño -respondió Psenophis- pero escuchad nuestra historia:

-Los griegos estamos aquí porque
en un arrebato de locura Heracles (Hércules) había matado a sus hijos.
Y cuando recobró la razón, el Oráculo de Delfos le había indicado que para purificarse, debería estar al servicio del rey de Tirinto, Euristeo, durante doce años.
Habiendo llegado al monarca la fama de los bueyes de Gerión, que era un ser fabuloso que poseía tres cuerpos y que moraba en el Lejano Occidente, se aprovechó de que aún no habían expirado los doce años de servicios, y encargó a Hércules que capturase dichos rebaños.
El viaje de ida, antes de llegar a Eriteia (una de las antiguas islas sobre las que actualmente se asienta la ciudad de Cádiz) fue pródigo en aventuras y luchas de todo tipo, hasta el extremo que "para conmemorar sus hazañas fueron elevadas las columnas que llevan su nombre, que separan África de Europa, es decir, la del peñón de Gibraltar (antiguo Kalpe o
Calpe) y la de Ceuta (antigua Abila).

Heracles (Hércules) tomó prestada la Copa del Sol para navegar sobre el océano y llegar a la tierra de los Geriones. Mató a éste y regresó al reino de Euriteo con el ganado. Fue Hércules quien, para poder hacer todo el viaje navegando, separó las dos rocas de un puñetazo para abrir el estrecho de Gibraltar, camino al Océano Atlántico.

Las columnas de Hércules (en el estrecho de Gibraltar) señalan esta aventura.

Desde entonces los griegos salieron a comerciar por los mares y fundaron diversas colonias. Por eso nosotros estamos aquí -explicó Psenophis.

Claudia estaba alucinada con estas historias y se disponía a hacer caso en todo a su anfitriona.

Cuando llegaron a su casa Psenophis enseñó a Claudia unas túnicas muy bonitas, pero Claudia dijo que no llevaba dinero.
-¡No importa -dijo Psenophis- Te puedo cambiar una por tu vestido.
Como había visto túnicas preciosas, Claudia se había encaprichado de ellas, pero Millán que pensaba que había que volver al laurel, dijo:
-Será mejor que volvamos a casa a por más vestidos, pero antes llévanos a ver esa ciudad.
...

Ya el abuelo le había contado la historia de Sagunto... Por eso, cuando visitó la ciudad con Claudia y Psenophis, se fijaba bien en todo lo que veía, especialmente en las fortificaciones que tenía la ciudad para defenderse de sus enemigos.
Una vez visitada la ciudad se dirigieron al lugar donde estaba el laurel, y después de despedirse de Psenophis, subieron a una rama y el laurel les transportó al Linar de Navafría.
Más tarde contaron su aventura a todos delante del abuelo, quién les dijo ...
...

La ciudad íbero-edetana de Sagunto, fue asediada por el general Aníbal en el año 219 a C debido a su situación estratégica y a la resistencia que hacían sus habitantes para no depender de los romanos. Pero eso ya es otra historia.


Castillo. Vista general

Castillo de Sagunto


jueves, 14 de junio de 2007

HENAR Y EL DINOSAURIO

Cuando era pequeña, Henar se entretenía dando colores en las figuras de los álbumes para colorear, pero cuando se cansaba lo llenaba todo de rayones.

Aquella tarde le había tocado el turno al “dragón” y lo había dejado “hecho un cromo”…

Su mamá, enfadada, la mandó a la cama…

HENAR Y EL DINOSAURIO

CUANDO HENAR DESPERTÓ, EL DINOSAURIO YA ESTABA ALLÍ.

Era el dinosaurio de su álbum. El que había llenado de rayones.

La niña empezó a gritar y el dinosaurio la habló diciendo:

- ¡No grites o me matarán! Vengo a llevarte a mi mundo para que veas lo que has hecho en tu álbum.

El dinosaurio la llevó por un agujero que había en la montaña. Henar, callada y asustada, no habló ni gritó durante el viaje.

Henar preguntó:

- ¿Cuándo llegaremos? Estoy cansada.

El dinosaurio respondió:

- Ya hemos llegado. Detrás de ese cerro está “DINOSAURIOLANDIA”. Es un lugar mágico.

-… ¡Bueno… yo ya me voy! - dijo Henar sintiéndose culpable.

- ¡No hasta que veas lo que has hecho! - gruñó el dinosaurio.

- Vale, vale - balbuceó Henar.

Al pasar el cerro había un mundo hermoso.

Árboles gigantescos, flores hermosas, arroyos que corrían haciendo susurrar sus aguas. Pájaros multicolores que lo llenaban todo de trinos primorosos...

- Pero, ¡Si es genial! - exclamó Henar.

- Si, pero tú lo has llenado de rayones y hay una parte que ha quedado prácticamente destrozada. ¡Eso no puede ser Henar! Mira, mira lo que ha hecho cada rayón.

Efectivamente era como si hubiera pasado una excavadora dando vueltas a lo loco. Había asolado los árboles, había destrozado las flores. Las aguas de los arroyos se habían salido y habían formado tremendos barrizales. Muchos pájarillos, medio desplumados, yacían en el suelo...

Al verlo, Henar se entristeció y se puso a llorar dando tremendos suspiros.

- ¿Por qué lloras ahora? – preguntó el dinosaurio. Yo se como puedes arreglar este desaguisado.

- ¿Cómo? – preguntó Henar dejando de llorar.

- Mañana, cuando te pongas a pintar, borrarás con cuidado esos rayones y rellenarás con bonitos colores todo el espacio del dibujo - dijo el dinosaurio.

- Así lo haré. Te lo prometo -dijo Henar- pero tú tienes que prometerme a mí que cuando haya terminado de arreglar el dibujo me volverás a traer para ver si he solucionado bien el problema que he originado con esos feos rayones. Y ahora llévame de nuevo a mi casa.

El dinosaurio se lo prometió y le dijo:

- Pero tú también me tienes que prometer a mí que no volverás a hacer rayones en los dibujos aunque te canses de dibujar.

- Prometido -dijo Henar.

El dinosaurio la hizo subir sobre su lomo y en una carrera, atravesando su mundo, llegó a la montaña y después de traspasarla, la dejó dormida en la cama de su habitación de Soto del Real.

Lo primero que vio Henar cuando despertó y abrió los ojos fue su álbum abierto por el dibujo del dinosaurio... lleno de rayones.

Se levantó de la cama y sin hacer ni el más leve ruido para no despertar a los demás se puso a arreglar el dibujo.

Cuando se levantó Mª Milagros y la vio, dijo:

-¿Que haces dibujando tan temprano? ¿No es este el dibujo que ayer llenaste de rayones? ¡Chica, si no parece el mismo, ya no tiene rayones y le has puesto unos colores preciosos! Enséñaselo a mamá para que vea la artista que tiene en casa.

...

Cuando se acostó a la noche siguiente se sentía defraudada porque el dinosaurio no había cumplido su promesa, y ... ¡hasta se la escapó una lagrimita antes de quedarse dormida!

Pronto se vio envuelta en la nebulosa de los sueños y... empezó a ver... algo que ya conocía... Sintió un remover en la tierra y vio aparecer ante ella a su amigo el dinosaurio que venia a cumplir su palabra.

- ¡Hola Henar! - dijo el dinosaurio con una cara muy sonriente- Tienes que haber trabajado mucho, porque lo has dejado todo precioso. ¡Ven, vamos a verlo todo!

Y haciéndola subir sobre su lomo, para que no se cansara, la transportó a través del túnel de la montaña hasta el lugar que el día anterior había visto destrozado por los rayones.

Estaba más bonito que todo lo que había visto el día anterior.

Ya no había árboles derribados, ni campos embarrados, ni pajaritos caídos medio desplumados.

Se oían alegres trinos de una multitud de pájaros multicolores que llenaban de agrado los oídos.

Gran variedad de árboles se divisaban en derredor. Mariposas gigantes iban entre las flores de variopintos colores y el arco iris brillaba en el cielo.

En una inmensa esplanada una manada de dinosaurios había organizado una fiesta en su honor. Entre dos tremendos árboles lucía una pancarta con muchos colores en la que se leía:

- ¡BIEN POR HENAR!


P. Santos.

Dibujos de Henar
(después de leer el cuento)


sábado, 24 de marzo de 2007

El Laurel Mágico: 5 Fenicios.

Aquella tarde estaba nublada y amenazaba tormenta, por eso toda la "cuadrilla" se había metido al garaje a jugar.
Estaban a sus anchas tirados por los suelos los unos, saltando en el sofá los otros, y dando una guerra infernal todos ellos.
Cuando el abuelo entró en el garaje y vio el panorama, les riñó:
- ¡Pero bueno...! ¿Vosotros creéis que se puede saltar así en el sofá? Lo vais a destrozar y, más grave aún: os vais a hacer daño tirándoos los unos encima de los otros como el que se tira a una piscina. ¡Así que se acabó. Ahora mismo os salís ahí fuera a jugar...!
Henar replicó enseguida:
- Pero abuelo, ¡si es que va a llover...!
- ¡Pero todavía no llueve -dijo el abuelo-, así que fuera a jugar!
Se miraron los unos a los otros con gestos de complicidad y al final, Henar hizo un gesto de resignación y agregó:
- Bueno, Kira pues tendremos que jugar fuera.
Salieron al linar y les siguieron Roxi, Millán, Alejandra y Pablete.
Una vez fuera fue Pablete quien dijo:
- ¿Y si nos subiéramos al laurel mágico para que nos traslade de época? ¡Nos lo pasaríamos en grande!
- ¿Cómo nos vamos a subir todos? ¡Se romperán las ramas! Además, si nos ve mi abuelo se va a enfadar...-dijo Millán.
...
Mientras tanto, Kira se había subido al laurel y, encaramada en la rama más baja, miraba y remiraba las hojas:
- ¡Roxi, mira ... las hojas tienen letras -la decía en inglés, porque de castellano ni ella ni su hermana sabían ni una palabra- ven a verlo!
No había terminado de decirlo cuando una hoja creció y creció y después de envolverla la hizo desaparecer de la vista de su hermana, quien no creyendo lo que veía se acercó al árbol y subió al tronco para mirar donde se había metido su hermana. Como no la veía empezó a gritar:
- ¡Kira... ! ¡Kiraaaa...!
Al oír los gritos y ver a Roxi, con esa cara descompuesta, subida en la horquilla del árbol, los demás imaginaron lo que pasaba y Millán dijo:
- ¡Pablete, sube conmigo! Vamos a ir al rescate. Los demás quedaos aquí para que no sospeche el abuelo...

Dicho y hecho: Pablete y Millán subieron de inmediato al laurel y ... como no podía ser menos, fueron transportados por la hoja.

Roxi apoyada en el tronco del laurel lloraba por su hermana. Alejandra y Henar la consolaban:
- ¡Que no la va a pasar nada! - Nosotras ya lo hemos probado y ... ¡aquí estamos! -decían. Pero Roxi, que no las entendía, no dejaba de llorar.
...
Kira había sido depositada por el laurel en el suelo con bastante suavidad, pero a pesar de ello lloraba desconsoladamente al verse sola, frente al mar y en un lugar desconocido.
Frente
a ella, una nave con vela parecía acercarse. Miró a ver si distinguía alguna persona, y... ¡oh sorpresa! vio unos hombres en el barco que iban vestidos muy raros... como de otra época...
Por eso cerró los ojos con fuerza
pensando que así no la verían a ella... y, al instante, oyó ruidos a su lado y abrió los ojos muy asustada.
- ¡Kira, vaya susto que nos has dado! -dijo Pablete, al tiempo que la daba un abrazo.
- ¡No te puedes subir al laurel porque te llevará a otra época y a otro lugar! -añadió Millán en plan de regañina.
Kira no sabía lo que la decían, pero sabía que la reprendían y por eso no dejaba de llorar.

-
¡Calla! -dijo Millán- o ¿quieres que nos oigan esos que acaban de bajar de esa nave?
- ¡Qué pasada -exclamó Pablete al ver la nave- si parece una nave fenicia.
- ¿Te quieres callar? -agregó Millán- ¡No ves que nos van a oír y lo mismo nos atrapan, nos meten en la nave y sabrá Dios donde nos llevarán...!
Se oyeron ruidos de caballos detrás de ellos y todos se volvieron a ver que pasaba.
- ¡Qué flipe! ¿Habéis visto? ¡Si es un ejército completo! -exclamó Pablete.
- Habrá que esconderse deprisa -dijo Millán mientras miraba algún sitio donde meterse.
Kira, viendo la movida, dejó de llorar y se tiró entre unos juncos para esconderse.
- ¡Túmbate entre los matojos! -decía Millán a Pablete- que nos van a ver y esta gente parece peligrosa...
Pero ya era un poco tarde.
Los rastreadores de la milicia los señalaban con sus dedos y daban gritos avisando a sus jefes.
Pronto se vieron rodeados por una avanzadilla del ejército tartesio y llevados a presencia de su jefe.
Los que habían bajado de la nave, volvieron a ella con rapidez y, con la fuerza de los remos, se separaron de la costa cuanto pudieron.
...
¡Qué curioso! Kira entendía lo que decían los tartesios lo mismo que Pablete y Millán.
...
Después de cerciorarse de que no eran niños fenicios y viendo que parecían niños de otra época que parecían inofensivos les dijeron que el pueblo tartesio estaba pasando hambre por causa de los fenicios, a quienes habían tratado siempre como amigos y les habían dejado venir a su territorio como comerciantes, pero que, los muy ingratos, no se habían conformado con enriquecerse y hacer dos grandes ciudades Hispalis (Sevilla) y Gadir (Cádiz) en lugares estratégicos, sino que querían arruinarlos y esclavizarlos dando poco valor a los productos tartesios, y estaban tan hartos de fenicios que iban a terminar las cosas muy mal.
Llevados a la ciudad de Tartesos pudieron ver desde lejos a Argantonio, su rey, y escuchar lo que hablaba con su hijo Terión:
-Terión, hijo mío, nuestro pueblo no puede aguantar más. Para dejar de pasar hambre tenemos que terminar con la tiranía de los fenicios. ¿Qué te parece que dividamos nuestro ejército en dos y ataquemos al mismo tiempo y por sorpresa Hispalis y Gadir?
- Padre -dijo Terión- creo que es una buena idea. Tu puedes dirigirte hacia Hispalis para someterla, mientras yo hago lo mismo con Gadir.
- ¡A estos niños hay que hacerlos regresar a sus casas! ¡Llevadles al lugar donde los cogisteis! -dijo el capitán que estaba con ellos.
Así lo hicieron y nosotros aprovechamos para volver al laurel y regresar al linar.
...
En brevísimo tiempo salieron los ejércitos dirigidos por Argantonio y Terión, su único hijo para atacar a los fenicios.
Pero los espías fenicios avisaron a sus jefes y estos no se descuidaron y reunieron en Hispalis y en Gadir ejércitos muy numerosos para atacar la ciudad de Tartesos que había quedado desguarnecida por la salida de sus tropas para atacar las ciudades fenicias.
La ciudad quedo destruida rápidamente y todos sus habitantes murieron.
Mientras el ejército de Argantonio vio un resplandor en su ciudad e intentó rápidamente volver, pero ya era tarde, y sobre Argantonio cayeron los fenicios hasta que mataron a todos incluido Argantonio.

Tan sólo quedó un fugitivo que corriendo se fue a dar aviso a Terión diciéndole todo lo que había acontecido.
Y entregó a Terión lo único que había quedado, que eran las insignias reales, y puso a los pies de Terión un lienzo en el que aparecían los brazaletes, y el collar del Rey de los Tartesos.

- ¡Venganza! -
exclamó Terión y fue con su ejército a conquistar Hispalis.
Llegando a Castilleja de la Cuesta acamparon, ocultándose en los bosques para pasar la noche.
Al amanecer Terión estaba decidido a atacar.
Pero como había muerto Argantonio y de todos los sucesores del Rey sólo quedaba él, entonces no podía dejarle las insignias reales a nadie.
Así que tuvo que enterrarlas en un cántaro de barro en un pequeño agujero que hizo en la tierra.
Terión se arrodilló para orar a los dioses y después enterró las insignias.
- ¡Oh dioses de la guerra, dadme fuerzas para terminar con los fenicios, vengar a mi padre y salvar a mi pueblo!
Vuelto Terión al campamento lanzó su ejército contra los fenicios que perecieron todos y conquistó Sevilla, muriendo Terión en el intento, con lo cual nunca pudo recuperar sus joyas.
Más tarde los tartesios también invadieron Cádiz y la conquistaron con lo que los fenicios fueron aniquilados por los tartesios.
...
- Abuelo ... ¿Tú sabes la historia de Argantonio y Terión? -dijo Millán.
- Claro que la sé.-contestó el abuelo- ¿Por qué lo dices?
- ¡Porque en algún sitio de Andalucía debe haber enterrado un cántaro con un tesoro! -dijo Millán.
- Ya no, -dijo el abuelo- porque, después de dos mil años, unos obreros al hacer unas zanjas para el Club del Tiro de Pichón en el
Cerro del Carambolo encontraron un cántaro de barro
en el que aparecieron las insignias reales de Argantonio, que hoy día se exponen en el Museo Arqueológico de Sevilla.
- ¿Y cuando lo han encontrado? -dijo Millán, incrédulo.
- El 30 de septiembre de 1956, y como lo encontraron en ese cerro lo llaman "el tesoro de Carambolo"


viernes, 9 de febrero de 2007

El "Laurel Mágico" 4: Íberos


Millán y Henar habían contado a sus primos, Alejandra y Pablete, que el abuelo Pablo tenía en el Linar de Navafría un “Laurel Mágico”.

Les habían dicho que un día habían tenido una aventura muy emocionante cazando diplodocos con los hombres primitivos, y que posteriormente habían visitado un castro celta en “la Costa da Morte” y habían ayudado a una tribu a deshacerse de la tiranía de la “Reina Loba”.

Ni Pablete, ni Alejandra les creían y cuando Millán daba un detalle de alguna de las aventuras que había tenido, Pablete decía:

-¡Eso no te lo crees ni tú! ¡Mira que decir que las hojas se hacen tan grandes como tú... !

-¡Y que te llevan a otra época! –agregó Alejandra- ¡Ni que tuviera una máquina del tiempo! Pero si de eso solo hay en las “pelis” de ciencia-ficción.

Pues es verdad! –protestó Henar al ver que sus primos no les creían- ¡Nosotros no somos ningunos mentirosos! Y, para demostrarlo, os invitamos a hacer la prueba.

-¡Eso! –dijo Millán- esta tarde cuando vayamos a Navafría, pasamos por casa del abuelo Pablo y nos subimos al “Laurel” A ver qué pasa.

-Pues, que va a pasar: ¡NADA! –recalcó Alejandra- que se romperá alguna rama y tu abuelo nos echará una bronca. Así que yo no me voy a subir...

-Porque eres una miedica y no te atreves... –dijo Millán.

-¿A que yo si que me atrevo? –replicó Pablete.

-Bueno, pues esta tarde veremos si te atreves o quién se atreve.

...

Serían las cuatro y media de la tarde, cuando llegó la pandilla al linar del abuelo Pablo y después de saludarle se pusieron a jugar a la sombra del laurel.

Alejandra y Pablete miraban de vez en cuando entre las ramas y cuchicheaban entre ellos...

De pronto, Millán se subió al árbol y trepó hasta una rama más alta. Henar le siguió y pronto empezaron a mirar las letras que había escritas en las hojas. Vieron la C, la I y otra que tenía juntas la C y la I: CI. -En esta no -dijo Henar- que es la de los celtas y ya estuvimos ayer.

Pablete les había seguido en la trepa y Alejandra miraba desde abajo.

-¡No me vaciléis, que, es que no me lo voy a creer! –estaba diciendo Pablete, cuando vio que crecía y crecía, hasta hacerse tan grande como Millán, una hoja en la que se veía claramente una I.

-¿Lo has visto Alejandra? ¡Es increíble! –decía Pablete, mientras Alejandra abría unos tremendos ojos de asombro.

-¿Qué... te lo crees ahora? ¡Lista! –le decía Henar a Alejandra, mientras Millán desaparecía envuelto en la hoja del laurel.

-¡Ay va, que vacile! –decía Pablete mientras trepaba hasta la altura de la hoja por donde había desaparecido Millán y se dejaba envolver por ella desapareciendo de la vista de Henar y de Alejandra.

-¡Vamos, gallina, atrévete de una vez y sube! Porque tú mucho decir que no contemos trolas, pero cuando estás viendo que es verdad, ya no te atreves –dijo Henar.

Movida por la curiosidad, pero con mucho miedo, subió Alejandra al árbol y miraba entre las hojas para ver si había truco cuando se vio envuelta en una gran hoja de laurel que la hizo viajar a través del tiempo hasta la época de los íberos.

Llegada allí vio como a continuación llegaba Henar envuelta en la misma hoja. Miró a su alrededor. Caídos, patas arriba, vio a su lado a sus primos Millán y Pablete.

Estaban debajo de un enorme laurel que era el único árbol que se veía por aquellos lugares.

A su alrededor no se veían ni casas, ni pueblos, ni nada que se le pareciese, eso que estaban en un cerro, solo a corta distancia se dejaba ver otro cerro que parecía desierto.

Pablete, que no daba crédito a lo que les había sucedido, miraba por sus alrededores.

-Aquí vamos a pasar más calor que en la piscina de Navafría, y... ¡no hay ni una sombra! -dijo con cierto "canguelo".

Henar, más observadora, vio en el suelo una cosa redonda, medio tapada por la tierra rojiza. Se acercó a cogerla y vio que era como una medalla o moneda. Por un lado, tenía la cara de un hombre barbudo, y, por el otro, había un hombre a caballo que llevaba en su mano una rama que parecía de laurel, debajo del cual había algo escrito en letras que ella no conocía.

-¡Eh... mirad lo que he encontrado! Parece una moneda, -dijo Henar, enseñándosela a los demás.

-¿Dónde la has encontrado, Henar? –preguntó Alejandra, codiciosa.

-Ahí, -dijo Henar señalando un montoncillo de tierra removida.

-¿A ver si hay más? –dijo Alejandra poniéndose a escarbar- ¡Anda, mira otra! –dijo, recogiendo una nueva moneda.

Pronto estaban todos removiendo la tierra y buscando más monedas.

De repente sonó como una trompeta y vieron un grupo de gentes armadas con lanzas y flechas que avanzaba a velocidad hacia ellos.

Pablete, al verlo, sintió que se le ponía la carne de gallina.

-¡Mejor nos vamos de aquí! –dijo, arrimándose al laurel.

-Yo me “piro” –dijo Alejandra.

-¡No seáis gallinas! –les gritaron Millán y Henar- ¡No va a pasar nada!

...

Pronto se vieron rodeados por aquellas gentes que no paraban de apuntarles con las puntas de sus lanzas.

A todos les “rilaban” las piernas mientras eran conducidos a un poblado muy escondido entre rocas y situado en lo alto del cerro cercano, que habían visto cuando llegaron y les había parecido desierto.

Fueron metidos en el interior de una casa de piedra, techada con ramas y restos vegetales.

Allí permanecieron un buen rato sentados en el suelo y vigilados por dos lanceros hasta que apareció un señor bajito y fuerte, con el pelo negro enfoscado, que les recordaba la imagen que habían visto en la moneda. Venía acompañado de un grupo de hombres y mujeres que llenaron la estancia donde se encontraban.

Empezó a hablarles en un idioma muy raro, pero a medida que hablaba, parecía que comprendían lo que les decía:

-¿De dónde habéis salido vosotros tan de repente? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí y de dónde venís?

Empezó Millán a contarles la historia del laurel y cómo les envolvían sus hojas y les trasladaban de época y lugar, cómo era el lugar de dónde venían y lo que hacían las gentes de su época. Todos estaban admirados y preguntaban qué eran los coches y los aviones... y la tele...

Pablete se animó y junto con Alejandra se pusieron a bailar sevillanas, que cantaba Henar con mucho salero y empezaron a acompañar dando palmas aquellas buenas gentes.

-Y vosotros ¿quienes sois? -preguntó Millán con curiosidad.

Aquel pequeño barbudo, que parecía el jefe, les explicó que pertenecían al pueblo íbero, que procedía de Grecia.

Que habían venido a estas tierras, donde se asentaron, a través de África, pero que no eran africanos, que sus antepasados se llamaban "aqueos" que protagonizaron la "guerra de Troya".

Les contaron que los "dorios" habían invadido sus tierras y habían emigrado hacía occidente por el mar.

Que tenían alfabeto y podían, muchos de ellos, leer y escribir, cosa que hacían en planchas de plomo.

Que hacían sus poblados en lo alto de las colinas, donde era difícil llegar y podían defenderse mejor.

Que se habían extendido por el sur de Portugal, Andalucía y toda la costa mediterránea.

Les contó que habían aprendido el alfabeto de los "tartesios" y que los "vascos" habían agregado la "y" y la "z" que tenían los griegos en su alfabeto.

Que tenían artistas que sabían hacer preciosas esculturas, y que eran muy religiosos.

-¿Ésto que es? -preguntó Henar enseñándoles la moneda que había encontrado.

-A ver -dijo el jefe.-Es una moneda de las que usamos para comerciar. Muchos de nuestros pueblos las fabrican en sus "cecas". Te la puedes quedar como recuerdo.

Se contaron muchas más cosas, porque todos tenían una gran curiosidad, pero Pablete veía que se iba a hacer de noche y pidió a Millán que volviesen al laurel para regresar a Navafría. Aquellos hombres no tuvieron inconveniente y les acompañaron hasta el árbol para ver la magia de sus hojas.






lunes, 29 de enero de 2007

"El Laurel Mágico" 3: Celtas.


En vista de la emocionante aventura que habían tenido con los hombres prehistóricos y la experiencia de la caza de diplodocus y viendo "la magia del laurel", Millán y Henar se pusieron de acuerdo para subir de nuevo al árbol y probar fortuna para ver si tenian una nueva aventura.
...
En cuanto el abuelo Pablo se metió en casa, aprovechando el descuido, se subieron al "Laurel Mágico".
Esta vez se dieron cuenta de que las hojas tenían marcada una letra.
La hoja que creció tenía una C.
¿Qué significaría esa C?
La hoja los sucionó y les hizo aparecer en un bosque de laureles y eucaliptos.
Millán y Henar marcaron con un montón de piedras el lugar donde les había dejado el laurel
En lo alto de aquel promontorio de la "Costa da Morte", sobre un altar de piedra había tendida una niña con las manos atadas. A su lado un enorme montón de ramas apiladas esperaba recibir el cuerpo desangrado de la víctima.
Dando vueltas a su alrededor se movía un "druida" vestido con una larga túnica de colores brillantes.
Iba, el druida, provisto de una hoz de oro y llevaba muérdago recién cogido, porque iba a ofrecer a su deidad el sacrificio más valorado: un sacrificio humano.
Se celebraba el solsticio veraniego en honor de Lugh, dios de la Tierra, de las artes y de los oficios.

-"Deja que tu dulce morada se ilumine
con el brillo de las estrellas
y la melancólica luz de la Luna
y que el gran Sol
derrame sobre tí sus esplendorosos rayos
cuando le temas a la permanencia de la oscuridad y del mal.

Acepta que la Tierra te acoja en su seno,
que el serpenteante viento acaricie tu rostro,
que las aguas purifiquen tu cuerpo y ti alma,
mientras el fuego te seque con su poder divino.

Sólo entonces vivirás en tranquilidad con la Naturaleza,
porque es la única conexión que tienes con tus antepasados
y tus antepasados son la herencia de lo que eres"


... recitó el druida mientras rasgaba con su hoz de oro las carnes de la niña y hacía círculos con el muérdago sobre su cuerpo.
Sonaban gaitas con música... Y todas aquellas gentes rubias extendían sus brazos con antorchas encendidas, hacía un punto por donde se había escondido el Sol.
...

Millán y Henar permanecían acurrucados observando lo que pasaba y comprendieron que el laurel les había transportado a la época de los CELTAS.
¡Eso significaba la C de la hoja!
...
- ¡Eh! ¿quienes sois vosotros y qué hacéis aquí vestidos tan raros?
...
¡Nos habían descubierto!

Quisímos explicar nuestra historia, pero fuimos apresados y llevados a un "castro"
El castro era una fortaleza de piedra con una muralla en forma de círculo en la que se refugiaban cuando algún pueblo enemigo los atacaba.
Alrededor del castro tenían grandes estatuas representando animales, hechas en piedra.
Allí nos dejaron atados y vigilados por feroces guerreros armados con espadas de acero y largas lanzas.
Desde allí oíamos las gaitas que hacían sonar músicas celtas, los cánticos de las gentes y las voces de los druidas.
...
A los celtas les llamaban sus enemigos "hijos de los vientos" porque decían que "RUDRA", el viento de la tempestad, era su padre y ellos se arriesgaban en la lucha casi volando en sus caballos salvajes.
Los celtas poblaron Galicia aproximadamente en el año 700 antes de Cristo y la raza que allí se estableció se llamaba "Brigante"
...
Cuando terminó la ceremonia religiosa de iniciación y los jóvenes se esparcieron por el bosque, llegó al castro un cortejo de druidas y guerreros que acompañaba al jefe de la tribu y venía a ver a los "intrusos"
Todos parecían confiar en él y le atribuían el valor y la sabiduría necesarios para guiar a su pueblo.
...
Nos miró y debió ver que estábamos asustados y que por nuestros rasgos no parecíamos gentes peligrosas y, mucho menos, de su época.
Ordenó a sus guerreros que nos desataran y fuimos invitados a contarle nuestra historia.
Para ello nos hizo acompañarle junto a su séquito hasta una enorme sala donde estaba preparado un gran banquete.
Nos mandó sentar a su lado.
-Tú niño, ¿como te llamas?
-Me llamo Millán.
-¡Huy que nombre tan raro! Bueno Millán ponte a mi derecha. Y tú niña ¿cómo te llamas?
-Me llamo Henar.
-¡No lo había oído en mi vida! Bueno, Henar, sientate a mi izquierda. Contadme quienes sois y de dónde habéis salido.

-Los celtas somos entusiastas degustadores de los placeres de la buena mesa, y no hay fiesta que se precie donde no celebremos un buen banquete si es que estamos en tiempos de paz. Estáis invitados.
...

Después de haberle contado nuestra historia y nuestro traslado mágico a través del laurel empezaron los bardos a tocar sus liras y a cantar canciones sobre trágicos amores y héroes muertos en combate.

Corría el vino que servían desde las jarras de barro a unos vasos metálicos que parecían campanitas.

Nos explicaron que el vino era la bebida de las clases altas: Los jefes de los guerreros y los druidas, pero que el pueblo bebía carma que era una cerveza de trigo mezclada con miel, y que los esclavos solo podían beber agua.

La comida incluía jabalí cocido y buey, acompañados con miel, queso y mantequilla, además del buen vino.

Para comer tuvimos que utilizar los dedos, como todos ellos, ya que no usaban instrumentos para comer, solo el puñal les ayudaba a partir los grandes trozos de carne.

Nos explicaron que estaban en tiempos de paz y el pueblo se dedicaba a la agricultura, especialmente las mujeres, si bien las faenas más duras las realizaban los esclavos.

El jefe de la tribu nos hizo repetir cómo el "Laurel Mágico" nos había trasladado de época y de lugar, y nos consideró seres privilegiados e intocables, porque teníamos la protección del árbol, y nos contó que, para los celtas, el árbol es símbolo de la Ciencia y sobre su madera, precisamente, han sido grabados los textos célticos más antiguos.
-Es el símbolo de la Vida ya que actúa como intermediario entre el cielo, al que eleva sus ramas, y la tierra, a la que se aferra con sus raices, y nos da sus frutos como alimentos que prolongan la existencia

-Los árboles celtas tienen tantas cosas buenas que nos brindan su protección y tienen grandes influencias mágicas -dijo el jefe.

El árbol es Ciencia, Fuerza y Vida -continuó.

Después nos explicó que nos hallábamos en el cabo FINISTERRE que era el final del mundo conocido, la frontera con la mar infinita y, por tanto, con la muerte.


Nos contó que en las noches de temporal, cuando había poca visibilidad porque las lluvias tempestuosas o las brumas impedían a los navegantes ver la costa, las gentes de su poblado acudían con sus bueyes para pasearlos por los límites de los cabos. Antes habían colgado de sus cuernos pequeños faroles encendidos, para que con su andar cansino, hicieran pensar a los marineros con su balanceo en luces de navíos en la mar.
Los patrones de las naves que cruzaban la costa confundían estas luces con la luz de alguna otra embarcación que navegaba más pegada a tierra y a mayor resguardo de la tempestad, y se aproximaban más a la costa cayendo en una trampa mortal y destrozándose con los escollos.
En pocos minutos el barco engañado estaba perdido y las gentes del pueblo lo saqueaban sin piedad matando a los pocos náufragos que habían quedado vivos.

Millán y Henar estaban maravillados de lo que les contaba el jefe. Ya habían perdido el miedo y se encontraban muy a gusto allí.
De pronto el jefe de la tribu confesó a Millán que su pueblo solo tenía miedo de una poderosa mujer, cruel y soberbia, que era llamada por los campesinos de su tribu y los de las tribus próximas la "Reina Loba".
Las tribus cercanas estaban obligadas a entregarle cada día una vaca, un cerdo y una carreta llena de otros alimentos para ella y sus gentes.
Las familias campesinas se turnaban en la entrega de vituallas, por miedo a los servidores de la Loba que arrasaban e incendiaban casas y cosechas, y asesinaban a los que se habían negado a entregar lo que se le reclamaba.
En este terror vivían las tribus de la comarca entera.

-Y ahora ha llegado el turno de entregar los alimentos a mi pueblo. No podemos darle tanto, porque va a ser nuestra ruina.¡Ay si con vuestra magia nos pudierais ayudar a deshacernos de la Reina Loba y de sus secuaces! Os quedaríamos muy agradecidos.
-No te aseguramos nada -dijo Millán mirando a Henar que tenía cara de miedo- Déjanos unas horas para pensar.

Fueron llevados a otro aposento donde quedaron solos.

-¡Pero tú estás loco! -le dijo Henar con voz enfadada- ¿Cómo crees que vamos a poder ayudarles?
-No creo que podamos, pero ganamos tiempo y debemos buscar la ocasión de volver al lugar donde nos dejó el Laurel.
-Y si nos cogen, ¿qué hacemos?
-Les diremos que se unan con las demás tribus y les ataquen mientras duermen, pero que para que puedan vencer tendremos que ayudarles desde el otro lado del Laurel.
...

El jefe de la tribu, junto con dos druidas, acompañó a Millán y a Henar hasta el montón de piedras que señalaba el lugar donde les dejó el laurel.
Allí, mientras subían a una de las ramas, se despidieron de los CELTAS y, mientras crecían las hojas del Laurel, Millán y Henar gritaron:
-¡Suerte, amigos, os ayudaremos!

... Y desaparecieron succionados por las hojas del Laurel.
...

Más tarde, en casa, el abuelo Pablo les contó la Leyenda de la Reina Loba, que era una leyenda celta, y se pudieron enterar de cómo se habían unido todas las tribus, se habían armado lo mejor que habían podido, fabricando lanzas y jabalinas, arcos y flechas y poniéndose en marcha hacia el castro de la malvada mujer, habían atacado por la noche.
La Reina Loba y sus guerreros dormían confiados en que el terror que infundían a las demás tribus de la comarca hacía inútil la vigilancia.


Con gran sigilo, sin ruidos y con movimientos cuidados, llegaron a las murallas, las treparon y abrieron las puertas del castro sorprendiendo a los sicarios de la Loba y, tras un breve pero encarnizado combate, sus guerreros fueron vencidos y pasados a cuchillo.

La Reina Loba se refugió en lo más alto de la torre de su castro, pero cuando estaban derribando sus puertas, al verse perdida, se arrojó por la ventana al vacío desde la altura y se mató.

Así, dicen que las gentes de Figueiredo, quedaron libres de la tiranía de "La Reina Loba", terminó el abuelo.