lunes, 29 de enero de 2007

"El Laurel Mágico" 3: Celtas.


En vista de la emocionante aventura que habían tenido con los hombres prehistóricos y la experiencia de la caza de diplodocus y viendo "la magia del laurel", Millán y Henar se pusieron de acuerdo para subir de nuevo al árbol y probar fortuna para ver si tenian una nueva aventura.
...
En cuanto el abuelo Pablo se metió en casa, aprovechando el descuido, se subieron al "Laurel Mágico".
Esta vez se dieron cuenta de que las hojas tenían marcada una letra.
La hoja que creció tenía una C.
¿Qué significaría esa C?
La hoja los sucionó y les hizo aparecer en un bosque de laureles y eucaliptos.
Millán y Henar marcaron con un montón de piedras el lugar donde les había dejado el laurel
En lo alto de aquel promontorio de la "Costa da Morte", sobre un altar de piedra había tendida una niña con las manos atadas. A su lado un enorme montón de ramas apiladas esperaba recibir el cuerpo desangrado de la víctima.
Dando vueltas a su alrededor se movía un "druida" vestido con una larga túnica de colores brillantes.
Iba, el druida, provisto de una hoz de oro y llevaba muérdago recién cogido, porque iba a ofrecer a su deidad el sacrificio más valorado: un sacrificio humano.
Se celebraba el solsticio veraniego en honor de Lugh, dios de la Tierra, de las artes y de los oficios.

-"Deja que tu dulce morada se ilumine
con el brillo de las estrellas
y la melancólica luz de la Luna
y que el gran Sol
derrame sobre tí sus esplendorosos rayos
cuando le temas a la permanencia de la oscuridad y del mal.

Acepta que la Tierra te acoja en su seno,
que el serpenteante viento acaricie tu rostro,
que las aguas purifiquen tu cuerpo y ti alma,
mientras el fuego te seque con su poder divino.

Sólo entonces vivirás en tranquilidad con la Naturaleza,
porque es la única conexión que tienes con tus antepasados
y tus antepasados son la herencia de lo que eres"


... recitó el druida mientras rasgaba con su hoz de oro las carnes de la niña y hacía círculos con el muérdago sobre su cuerpo.
Sonaban gaitas con música... Y todas aquellas gentes rubias extendían sus brazos con antorchas encendidas, hacía un punto por donde se había escondido el Sol.
...

Millán y Henar permanecían acurrucados observando lo que pasaba y comprendieron que el laurel les había transportado a la época de los CELTAS.
¡Eso significaba la C de la hoja!
...
- ¡Eh! ¿quienes sois vosotros y qué hacéis aquí vestidos tan raros?
...
¡Nos habían descubierto!

Quisímos explicar nuestra historia, pero fuimos apresados y llevados a un "castro"
El castro era una fortaleza de piedra con una muralla en forma de círculo en la que se refugiaban cuando algún pueblo enemigo los atacaba.
Alrededor del castro tenían grandes estatuas representando animales, hechas en piedra.
Allí nos dejaron atados y vigilados por feroces guerreros armados con espadas de acero y largas lanzas.
Desde allí oíamos las gaitas que hacían sonar músicas celtas, los cánticos de las gentes y las voces de los druidas.
...
A los celtas les llamaban sus enemigos "hijos de los vientos" porque decían que "RUDRA", el viento de la tempestad, era su padre y ellos se arriesgaban en la lucha casi volando en sus caballos salvajes.
Los celtas poblaron Galicia aproximadamente en el año 700 antes de Cristo y la raza que allí se estableció se llamaba "Brigante"
...
Cuando terminó la ceremonia religiosa de iniciación y los jóvenes se esparcieron por el bosque, llegó al castro un cortejo de druidas y guerreros que acompañaba al jefe de la tribu y venía a ver a los "intrusos"
Todos parecían confiar en él y le atribuían el valor y la sabiduría necesarios para guiar a su pueblo.
...
Nos miró y debió ver que estábamos asustados y que por nuestros rasgos no parecíamos gentes peligrosas y, mucho menos, de su época.
Ordenó a sus guerreros que nos desataran y fuimos invitados a contarle nuestra historia.
Para ello nos hizo acompañarle junto a su séquito hasta una enorme sala donde estaba preparado un gran banquete.
Nos mandó sentar a su lado.
-Tú niño, ¿como te llamas?
-Me llamo Millán.
-¡Huy que nombre tan raro! Bueno Millán ponte a mi derecha. Y tú niña ¿cómo te llamas?
-Me llamo Henar.
-¡No lo había oído en mi vida! Bueno, Henar, sientate a mi izquierda. Contadme quienes sois y de dónde habéis salido.

-Los celtas somos entusiastas degustadores de los placeres de la buena mesa, y no hay fiesta que se precie donde no celebremos un buen banquete si es que estamos en tiempos de paz. Estáis invitados.
...

Después de haberle contado nuestra historia y nuestro traslado mágico a través del laurel empezaron los bardos a tocar sus liras y a cantar canciones sobre trágicos amores y héroes muertos en combate.

Corría el vino que servían desde las jarras de barro a unos vasos metálicos que parecían campanitas.

Nos explicaron que el vino era la bebida de las clases altas: Los jefes de los guerreros y los druidas, pero que el pueblo bebía carma que era una cerveza de trigo mezclada con miel, y que los esclavos solo podían beber agua.

La comida incluía jabalí cocido y buey, acompañados con miel, queso y mantequilla, además del buen vino.

Para comer tuvimos que utilizar los dedos, como todos ellos, ya que no usaban instrumentos para comer, solo el puñal les ayudaba a partir los grandes trozos de carne.

Nos explicaron que estaban en tiempos de paz y el pueblo se dedicaba a la agricultura, especialmente las mujeres, si bien las faenas más duras las realizaban los esclavos.

El jefe de la tribu nos hizo repetir cómo el "Laurel Mágico" nos había trasladado de época y de lugar, y nos consideró seres privilegiados e intocables, porque teníamos la protección del árbol, y nos contó que, para los celtas, el árbol es símbolo de la Ciencia y sobre su madera, precisamente, han sido grabados los textos célticos más antiguos.
-Es el símbolo de la Vida ya que actúa como intermediario entre el cielo, al que eleva sus ramas, y la tierra, a la que se aferra con sus raices, y nos da sus frutos como alimentos que prolongan la existencia

-Los árboles celtas tienen tantas cosas buenas que nos brindan su protección y tienen grandes influencias mágicas -dijo el jefe.

El árbol es Ciencia, Fuerza y Vida -continuó.

Después nos explicó que nos hallábamos en el cabo FINISTERRE que era el final del mundo conocido, la frontera con la mar infinita y, por tanto, con la muerte.


Nos contó que en las noches de temporal, cuando había poca visibilidad porque las lluvias tempestuosas o las brumas impedían a los navegantes ver la costa, las gentes de su poblado acudían con sus bueyes para pasearlos por los límites de los cabos. Antes habían colgado de sus cuernos pequeños faroles encendidos, para que con su andar cansino, hicieran pensar a los marineros con su balanceo en luces de navíos en la mar.
Los patrones de las naves que cruzaban la costa confundían estas luces con la luz de alguna otra embarcación que navegaba más pegada a tierra y a mayor resguardo de la tempestad, y se aproximaban más a la costa cayendo en una trampa mortal y destrozándose con los escollos.
En pocos minutos el barco engañado estaba perdido y las gentes del pueblo lo saqueaban sin piedad matando a los pocos náufragos que habían quedado vivos.

Millán y Henar estaban maravillados de lo que les contaba el jefe. Ya habían perdido el miedo y se encontraban muy a gusto allí.
De pronto el jefe de la tribu confesó a Millán que su pueblo solo tenía miedo de una poderosa mujer, cruel y soberbia, que era llamada por los campesinos de su tribu y los de las tribus próximas la "Reina Loba".
Las tribus cercanas estaban obligadas a entregarle cada día una vaca, un cerdo y una carreta llena de otros alimentos para ella y sus gentes.
Las familias campesinas se turnaban en la entrega de vituallas, por miedo a los servidores de la Loba que arrasaban e incendiaban casas y cosechas, y asesinaban a los que se habían negado a entregar lo que se le reclamaba.
En este terror vivían las tribus de la comarca entera.

-Y ahora ha llegado el turno de entregar los alimentos a mi pueblo. No podemos darle tanto, porque va a ser nuestra ruina.¡Ay si con vuestra magia nos pudierais ayudar a deshacernos de la Reina Loba y de sus secuaces! Os quedaríamos muy agradecidos.
-No te aseguramos nada -dijo Millán mirando a Henar que tenía cara de miedo- Déjanos unas horas para pensar.

Fueron llevados a otro aposento donde quedaron solos.

-¡Pero tú estás loco! -le dijo Henar con voz enfadada- ¿Cómo crees que vamos a poder ayudarles?
-No creo que podamos, pero ganamos tiempo y debemos buscar la ocasión de volver al lugar donde nos dejó el Laurel.
-Y si nos cogen, ¿qué hacemos?
-Les diremos que se unan con las demás tribus y les ataquen mientras duermen, pero que para que puedan vencer tendremos que ayudarles desde el otro lado del Laurel.
...

El jefe de la tribu, junto con dos druidas, acompañó a Millán y a Henar hasta el montón de piedras que señalaba el lugar donde les dejó el laurel.
Allí, mientras subían a una de las ramas, se despidieron de los CELTAS y, mientras crecían las hojas del Laurel, Millán y Henar gritaron:
-¡Suerte, amigos, os ayudaremos!

... Y desaparecieron succionados por las hojas del Laurel.
...

Más tarde, en casa, el abuelo Pablo les contó la Leyenda de la Reina Loba, que era una leyenda celta, y se pudieron enterar de cómo se habían unido todas las tribus, se habían armado lo mejor que habían podido, fabricando lanzas y jabalinas, arcos y flechas y poniéndose en marcha hacia el castro de la malvada mujer, habían atacado por la noche.
La Reina Loba y sus guerreros dormían confiados en que el terror que infundían a las demás tribus de la comarca hacía inútil la vigilancia.


Con gran sigilo, sin ruidos y con movimientos cuidados, llegaron a las murallas, las treparon y abrieron las puertas del castro sorprendiendo a los sicarios de la Loba y, tras un breve pero encarnizado combate, sus guerreros fueron vencidos y pasados a cuchillo.

La Reina Loba se refugió en lo más alto de la torre de su castro, pero cuando estaban derribando sus puertas, al verse perdida, se arrojó por la ventana al vacío desde la altura y se mató.

Así, dicen que las gentes de Figueiredo, quedaron libres de la tiranía de "La Reina Loba", terminó el abuelo.









domingo, 28 de enero de 2007

El "Laurel Mágico" 2: Dinosaurios

Millán pensaba que no podía haber magia en las hojas del laurel, mientras, trepando se había subido más alto que de costumbre, cuando... una hoja empezó a crecer y crecer, hasta hacerse enorme.
Millán la miraba maravillado, pero... ¡oh sorpresa!, la hoja se movió con rapidez, impulsada por una fuerte ráfaga de viento, cogió al niño tan desprevenido que no le costó ningún trabajo pasarle a través de ella en un santiamén.
Apareció, Millán, de repente en un lugar donde había enormes plantas que casi tapaban el cielo...
Mientras tanto, Henar miró hacia arriba del laurel, y como no veía a Millán, subió a buscarle. Pronto vio crecer la hoja que la habría de llevar junto a su hermano.
Millán se sorprendió al ver aparecer a su lado a su hermana con cara de sorpresa


Asustados, se fueron corriendo por entre las plantas y se encontraron con todo tipo de animales: gaviotas, rinocerontes, canarios, loros, cacatúas, culebras, camaleones, hormigas, escarabajos...

Corrieron y corrieron hasta que encontraron un río.

-¡Que bien agua! gritaron los dos a la vez.

Tenían sed porque habían corrido mucho.

Cuando llegaron al río no dejaron de beber agua, luego se metieron al río en paños menores, porque estaban sudando, y dejaron la ropa encima de una roca.

Mientras se estaban bañando una cabra les comió su ropa y se tuvieron que poner hojas. Luego tiraron unos cocos y los comieron.

Se encontraron con una pantera hambrienta, los dos se subieron a un árbol lo más deprisa que pudieron, pero como la pantera sabía trepar por los árboles. Tuvieron que huir por el otro lado.

Miraron hacia atrás para ver si les seguía, pero ¡oh sorpresa!, ahora eran dos panteras las que les perseguían.

Ellos se subieron a otro árbol y, como Tarzán, escaparon saltando de liana en liana.

Cuando perdieron de vista las panteras bajaron al suelo y se metieron por una especie de túnel oscuro hecho entre el ramaje de los árboles y forrado de hojas.

Cruzaron el túnel y, al mirar atrás, vieron las panteras al otro lado; pero parecía que no se atrevían a cruzar el túnel.

Cuando Millán y Henar se dieron la vuelta vieron unas montañas gigantescas y un lago también muy grande. Vieron una tribu en la que casi todos los hombres estaban heridos y muy asustados, las mujeres y niños estaban intentando curar a los hombres heridos,

Millán y Henar les fueron a ayudar, y como sabían hablar su idioma les entendían perfectamente. Allí se enteraron que estaban heridos porque habían tenido una cacería de animales peligrosos-

Como su madre era veterinaria les había enseñado a conocer algunas plantas curativas y las encontraron en la selva.

Así pudieron curar a todos.

En agradecimiento, les dieron comida, bebida y alojamiento.

La tribu vivía en una cueva muy profunda, con una entrada muy pequeña que tapaban con una piedra cuando salían o entraban.

Millán les iba a preguntar si hacía falta cerrar la entrada, pero Henar le dijo que no preguntara nada y lo más importante: que se callara.

Cenaron un trozo de carne, que nunca habían probado y por cierto estaba buenísima.

A la mañana siguiente tuvieron que levantarse muy temprano, porque la tribu tenía que cazar para alimentarse.

Y Millán, como todos los hombres de la tribu, también.

Aquel día era especial porque era la primera vez que un niño iba a cazar con la tribu.

Millán y Henar tenían mucho sueño, y mientras Henar dormía, Millán aprendió a coger flechas y lanzas, y ensayaba a tirarlas a un cardo, aunque no acertaba ni una.

Había muchos animales grandes frente a ellos.

Se miraron y Millán y Henar gritaron a la vez:

-¡DINOSAURIOS!.

Todos los hombres de la tribu, corrieron tras ellos, les tiraron lanzas y les mataron.

Millán y Henar les dijeron que esos seres se llamaban dinosaurios y que en su país se creían extinguidos.

Se encontraron con un diplodocus que medía unos 27 metros de longitud, tenía un cuello muy largo y una cabeza diminuta, los de la tribu le querían matar pero Millán y Henar les dijeron que eran herbívoros y sólo comían plantas.

La gente de la tribu les creyó.

Un niño de la tribu se subió a un árbol y tocó la cabeza al diplodocus.

Cuando el niño bajó del árbol se encontró con un triceratops que medía unos 9 metros de longitud, Henar le dijo que se tranquilizara y que no hiciera movimientos bruscos, para pasar desapercibido, asi lo hizo y no le pasó nada.

Cuando volvieron a la cueva comieron los dinosaurios pequeños que habían cazado.

Después de comer, Millán y Henar contaron su historia y el jefe de la tribu les dijo que les iba a ayudar a volver a su casa.

Tenían que cruzar el túnel para regresar al laurel.

Recogieron sus cosas y se disponían a cruzar cuando apareció un tiranosaurio, carnívoro.

Caminaba sobre dos patas y media unos 12 metros de longitud, la tribu nunca le había visto antes y preguntaron a Millán y Henar qué comía aquel bicho.

Ellos les respondieron que comía carne pero que no se pusieran nerviosos.

Cuando les iba a atacar para comérselos, llegó otro tiranosaurio al olor de las presas.

Los dos tiranosaurios empezaron a pelearse.

Mientras se peleaban la tribu escapó y cruzó el túnel.

Llegados a la otra parte de la selva, el jefe de la tribu habló con los espíritus y un espíritu le dijo donde se encontraba el laurel por donde habían llegado.

Después les llevó hasta él y Henar se subió a una rama. pero Millán decía que se quería quedar con la tribu.

Henar le agarró de los pelos de la coronilla y le subió a la rama del laurel, que agrandó sus hojas y, abatiéndose sobre Millán y Henar les hizo aparecer de nuevo en el "Linar" de Navafría.

El "Laurel Mágico" 1

-Mira, abuelo, donde me he subido!... -decía Millán en la horquilla del laurel.
-Y yo también! -agregó Henar desde la otra rama más baja.
-¡Tened cuidado no os vayáis a caer!. ¿Queréis que os cuente la historia de este laurel?
-Si, pidieron los niños, bajando del árbol.
-Bueno, pues éste es un laurel mágico. Es descendiente de las "meigas" de Galicia, donde nació. Su infancia ha transcurrido en Carabanchel, en la casa de Sol, donde fue trasplantado al suelo del jardín, pero el tío Antonio lo colocó en una maceta y se lo llevó a Villalba. Y como en la maceta no crecía demasiado me lo trajo a Navafría para que lo pusiera en el "Linar" y aquí lo pusimos en la esquinita de la huerta de la tía Matea.
Cuando la tía Matea le vio, dijo:
-¿Que habéis puesto ahí? ¿Es un laurel? ... ¡Qué chiquitín! Habrá que cuidarle.
Y cuando llegó el invierno, le colocaba un plástico para que no se helara sus frías noches.
Al llegar la primavera, el tío Miguel metió las chotas en el "Linar" para que se comieran la hierba y tuvo la mala suerte de que una de ellas le pisara y le abriera en dos la rama principal.
Pero este pisotón, que en principio parecía un gran daño para el arbolito, tuvo la virtud de traspasar "magia" a sus hojas.
Al hacerse grande, sus poderes mágicos crecieron y se desarrollaron de tal forma que hoy es el "LAUREL MÁGICO".
-¡Va,... eso es un royo!-dijo Millán, y volvió a trepar por las ramas del laurel.
-Si, es un royo-repitió Henar trepando a otra rama.
El abuelo dejó de contar la historia, mientras los niños trepaban por las ramas del laurel.
Millán pensaba que no podía haber magia en las hojas del laurel, mientras, trepando se había subido más alto que de costumbre, cuando... una hoja empezó a crecer y crecer, hasta hacerse enorme.
Millán la miraba maravillado, pero... ¡oh sorpresa!, la hoja se movió con rapidez, impulsada por una fuerte ráfaga de viento, cogió al niño tan desprevenido que no le costó ningún trabajo pasarle a través de ella en un santiamén.
Apareció, Millán, de repente en un lugar donde había enormes plantas que casi tapaban el cielo...
Mientras tanto, Henar miró hacia arriba del laurel, y como no veía a Millán, subió a buscarle. Pronto vio crecer la hoja que la habría de llevar junto a su hermano.
Millán se sorprendió al ver aparecer a su lado a su hermana con cara de sorpresa.

viernes, 26 de enero de 2007

MEDIA SANDÍA

Un día llega a un supermercado, sección frutas, una señora que pide al encargado que le venda media sandía, y este le dice que no venden la mitad, solo completa.

Ella insiste que quiere media sandía. Le vuelve a explicar que no venden media sandía y ella le dice diez veces más que quiere media sandía.

El encargado, viendo la cerrazón de la mujer, le dice que lo va a consultar con un supervisor y sale de la sección de verduras hacia la oficina del supervisor (pero la señora va trás él sin que este se dé cuenta) y cuando llega al supervisor le dice:

- Allá afuera hay una vieja loca que quiere a toda costa que le venda media sandía.

De repente ve de reojo que la señora estaba detras de él y rápidamente dice:

- Y esta señora quiere la otra media.


jueves, 4 de enero de 2007

AVIONCITOS DE PAPEL

AVIONCITOS DE PAPEL



Cuando yo era pequeña, a mi clase venía un niño que era muy guapo. A mí me gustaba mucho. Y creo que yo a él también, ya que un día cuando entré en clase, encima de la mesa me había dejado un avioncito de papel, al siguiente día, tenía dos, al otro, tres, hasta que llegó un día que tenía todo el pupitre lleno de avioncitos de papel. Y aunque era muy tímida, ya no pude aguantarme más y le pregunté:

- ¿Por qué me dejas tantos avioncitos de papel?.

Y el me contestó:

-Porque tú eres mi cielo.



Fin

A mi nieta Henar
que desde bien pequeña
enamora a todos sus compañeros
de clase.

EL APÓSITO

Eran las cuatro y veinte de la tarde. Un fuerte calor nos hacia sudar en todas partes. El “Tour” en la tele hacía pasar los paisajes de la Galia con prisas de pedales y colores de serpiente cambiante.

Pablito se aburría viendo escribir al abuelo y cotilleando lo que podía.

No era su día, porque el día anterior le habían prohibido bañarse en las piscinas por la mañana para que se le curase la herida de la pierna derecha. Incluso le habían obligado a dejar la toalla en el “Linar” para impedirle el baño, pero como si nada. Cogió la bici y se fue a las piscinas.

Allí estaban en el agua, jugando felices todos los demás: Lucía, Claudia, Roxi, Kira y Henar. Los mayores también estaban allí, pero desconocían la prohibición, por eso no había impedimento ya que el abuelo se había quedado en casa con Millán, a quien había castigado su madre por cargante, y le había dejado sin ir al río.

Después de jugar un rato a la sombra en el “Linar” el abuelo salió con Millán a dar un paseo por el pueblo y ver al tío Santi.

Hacía tanto calor que decidimos volver a casa.

Al poco rato vino mamá a por Millán y se lo llevó a Ceguilla. Había cumplido su castigo. Después llegó Pablito sin el apósito que le había colocado el abuelo para proteger la herida y tuvo que reconocer su desobediencia, por lo que el abuelo dijo que le iba a curar de nuevo y el apósito tenía que durar hasta la tarde del día siguiente, así que esa tarde no se podía bañar.

Pensaba Pablito: “Que culpa tengo yo de haberme bañado, si los demás estaban jugando en el agua. Ya estuve un buen rato en la orilla, pero no es lo mismo, dentro, con el balón se pasa mucho mejor. Y, además, a la herida no la pasa nada. Esto es una injusticia”

No obstante prometió no bañarse por la tarde y conservar el apósito hasta el día siguiente, como le había dicho el abuelo.

Comimos.

Mientras el abuelo veía las noticias, Pablito hizo el resumen de la lectura y trató de portarse bien para que el abuelo lo dejara salir pronto. Había puesto la mesa sin rechistar porque era una de las obligaciones que tenía.

Ya a las cinco, pidió permiso para salir, pero el abuelo le dijo que todavía era muy pronto y no era cosa de estar pasando calor ni de ir a molestar a nadie, que se esperase a las cinco y media y merendase. Luego ya podría salir, pero sin bañarse ni mojarse como había prometido.

A las cinco y media en punto, se comió la ciruela y se tragó un vaso de leche con cacao, cargado de galletas al no va más. Manchó el hule de la mesa y lo limpió de mala manera para darse prisa en salir, porque en el río estarían todos ya y no podía permitirse el lujo de perder un instante de juerga.

Cuando le dio permiso el abuelo para salir, le hizo prometer de nuevo que no se bañaría ni se mojaría el apósito, y es que el abuelo resultaba un poco “plasta” muchas veces. Claro que el abuelo sabía de sobra lo que iba a pasar, por eso se lo recordaba.

Cogió la bici y salió a todo gas. Le faltó poco para llevarse por medio a “La Rabiá” que le dio un bufido y se quedó gruñendo y blandiendo el bastón mientras él se perdía en la bajada hacia el río.

Cuando llegó, todos los niños estaban jugando en la piscina pequeña con dos balones inflables de esos gordotes. Estuvo un rato cogiendo los que se salían fuera y echándolos a la piscina, pero pronto se cansó de esa faena porque era muy aburrida. Pensó que era mucho más divertido jugar dentro de la piscina y se olvidó por completo de lo que había prometido al abuelo.

Cuando quiso darse cuenta ya estaba en el agua. Ni siquiera notó el frío, ni la mojadura del apósito, ni nada. Solo se sintió feliz. El juego era lo suyo, chapoteó, se tiró a coger la pelota, se remojó de arriba abajo, y cuando se acordó de lo que había prometido al abuelo decidió no quitarse el apósito para mentirle y decirle que no se había bañado.

Después de hartarse a jugar y de bañarse mil veces, decidieron irse al parque y jugar allí, así, si venía el abuelo no le vería en el agua.

A la caída de la tarde, salio el abuelo a darse un paseo y pasó por el parque. Allí estaban todos, el uno en el tobogán, los otros en el castillo, las pequeñas en el balancín. Pablito disimulaba subido en lo más alto del castillo.

El abuelo le llamó y él remoloneaba, porque sabía lo que iba a pasar. Tuvo que insistir el abuelo una vez más.

Por fin se acercó guardando una discreta distancia, pero el abuelo le mandó acercarse más y le pidió que le enseñase el apósito.

Y se descubrió el pastel.

Ya sabía el abuelo que Pablito era incapaz de cumplir su palabra. También sabía que se le daba muy bien mentir, por eso cuando le preguntó porque estaba húmedo el apósito y Pablito contestó que le habían salpicado los demás el abuelo le dijo: “Descuida que mañana no te van a salpicar” y le castigó a no salir en toda la mañana.

FIN


A mi nieto Pawel

que ha pasado

un buen verano

en Navafría

Capítulo final


Abrió los ojos. Después de mirar a todas partes, se convenció de que nada tenía alrededor, fuera de lo habitual. Sin embargo presentía que algo había,… Algo, junto a él, se ocultaba,… Algo le hacía estar inseguro.

Se levantó despacio y sin hacer ruido. Se sentía vigilado, como si “algo” calibrara sus más leves movimientos. Por eso no se calzó. Ni se vistió. Solo separó la sábana levemente y aguantó la respiración.

Fue despacio hasta la cortina del balcón y miró detrás con cuidado de no moverla. Allí no había nada. Se agachó y miro bajo la cama. Solo algunas pelusas de polvo se dejaron ver.

No había nada… y sin embargo estaba convencido de su presentimiento.

Sonaron las diez en el reloj de la torre y un ruido seco se dejó oír trás de la puerta, seguido de unas pisadas que se alejaban con cierta rapidez. Abrió con prontitud y no vio nada en el pasillo. Solo, apoyada en el quicio, una bolsa blanca, cerrada, descansaba en el suelo.

No sabía que hacer si cogerla o no, por eso se quedó observándola. Después de un largo rato se decidió y la levantó del suelo. No tenía un peso excesivo. Decidió meterla dentro y mirar su contenido.

La puso sobre la mesa de estudio y vio que la bolsa cambiaba de forma ensanchándose hacia el fondo. Apretó con su mano el exterior y sintió una cosa poco consistente.

Decididamente metió la mano para sacarla y vio enrollarse sobre su brazo una masa informe y gelatinosa que empezó a extenderse cada vez más.

¡No salía de su sorpresa!

¡Imposible reaccionar!

Pronto había ganado su hombro y se enroscaba sobre su cuello. Unas largas prolongaciones con uñas salieron de ella y se dirigieron a sus ojos. Vio como amenazadoramente se aproximaban y… dejó de ver. Un fuerte dolor pareció romperle el cerebro, un fuerte y largo dolor que se fue prolongando mientras esos tentáculos barrenaban en su interior y succionaban y succionaban hasta dejar vacía su mente.

Víctor en el Planeta Mágico



VÍCTOR EN EL PLANETA MÁGICO


Escondido en lo más remoto de una galaxia muy lejana hay un pequeño planeta al que no ha llegado jamás nave espacial alguna.

Cuentan que allí hay plantas y flores que saben hablar y que viven unos seres diminutos e inteligentes que tienen alas.

También dicen que hay un río de miel que canta con la más dulce voz muy variadas melodías al ritmo del rumor del correr de su dulce caudal, y hasta la luna se ríe a carcajadas, en la noche, cuando los simpáticos habitantes celebran sus fiestas nocturnas y se cuentan los más graciosos chistes que uno pueda imaginar y que hacen cambiar la fuerza de su destello a la mayor parte de las estrellas.

Dicen que cada día nuestros simpáticos amiguitos eligen por sorteo a niños, uno de cada país de la Tierra, para que pase un día con ellos.

Un gran cofre contiene el nombre de todos los niños del mundo clasificados por países.

Sólo uno de cada país será el elegido para pasar unas horas en el planeta pero deberá cumplir dos condiciones:

- El niño deberá estar dormido en el momento en que le vayan a buscar

- Además tendrá que haber sido muy bueno durante el día.

Víctor dormía profundamente cuando un grupo de seres alados entró en su dormitorio y, cogiéndolo delicadamente, lo llevó volando por encima de los tejados hasta su sorprendente nave espacial en la que, tras un despegue mecedor, lo trasladaron en un santiamén hasta la parte más bonita de su planeta.

Al llegar al planeta, Víctor despertó en medio de una gran fiesta celebrada en su honor en la que había magos haciéndo prodigiosos juegos, payasos que hacían reir de lo lindo, y malabaristas que realizaban los más sorprendentes juegos.

Dulces frutas que no conocía, pasteles adornados con flores y zumos suaves estaban sobre una gran mesa esperando a ser comidos por todo aquel a quien apeteciera.

Víctor se divirtió mucho y probó de todo, porque todo le llamaba la atención y le apetecía.

Lo sorprendente era que, a pesar de que comía mucho, nunca se encontraba saciado y veía que todo le sentaba bien.

Después del banquete, Víctor fue llevado de excursión por todo el pequeño planeta teniendo la oportunidad de escuchar el canto del río mágico.

Variadas especies de animales nunca vistos en la tierra se movían por todas partes y jugueteaban con quien se acercaba a ellos mostrándo sorprendentes y cambiantes colores.

Pudo ver campos de gigantes flores silvestres que tenían cosquillas y se reían a carcajadas, moviéndose, cuando las tocaban.

Lo pasó tan bien nuestro amigo Víctor que cuando llegó la hora de regresar a su casa quiso saber si podría volver otro día.

-"Tú sólo tienes que portarte bien y ¿quien sabe?, es cuestión de suerte” le respondieron.

Al despertar Víctor al día siguiente vio la cara sonriente de su mamá.

-"¿Qué tal has dormido, cariño?"

-"Muy bien mamá, ¡he tenido un sueño tan hermoso!".

Víctor relató lo que él creía que era un sueño a su madre.

Ella tenía sus manos cogidas mientras le escuchaba y de repente le dijo:

- "Hum, Víctor, ¡hueles a flores silvestres!".


Pablo Santos.


Dibujo: Henar M.S.

6 años